Tenemos que aprender a hacer las maletas

Tenemos que aprender a hacer las maletas Recuerdo claramente cuando escuché esta frase: "Tenemos que aprender a hacer las maletas." Fue del presidente Molino, pocos días después de asumir el cargo. En ese momento, resonó profundamente en mí porque en Panamá estamos enfrentando una realidad compleja: muchos jubilados siguen trabajando, no por elección, sino por necesidad. Sus pensiones son bajas y, después de décadas de esfuerzo, nadie espera vivir en la pobreza. Lo que sucede es que algunos de estos jubilados reciben sus dos quincenas como empleados activos y otras dos quincenas como pensionados. Esto, para muchos, ha significado un respiro económico: remodelar sus casas, comprar un carro nuevo, ayudar a hijos y nietos. La vida les ha mejorado considerablemente, y es comprensible. Pero hay un costo invisible. Mientras ellos continúan en sus trabajos, las nuevas generaciones, aquellas que se están formando y preparando, no encuentran espacio en el mercado laboral. Y aquí surge un fenómeno preocupante: una peligrosa zona de confort. Estos funcionarios, con años de experiencia y habilidades, comienzan a hacer su trabajo con menos interés. Cumplen, sí, pero ya no les importa tanto si lo hacen bien o mal. Van, cobran sus quincenas y siguen adelante. Para muchos, esto también se convierte en un soporte emocional, una rutina que les da sentido, porque quedarse en casa, sin hacer nada, puede ser devastador. Es aquí cuando resuena de nuevo esa reflexión: ¿cuándo aprender a hacer las maletas? ¿Cuándo es el momento adecuado para dejar ir? Recuerdo a la doctora Donderis, una mujer admirable que coordinaba el programa de la tercera edad en la Caja de Seguro Social. Era una época en la que yo apenas tenía 32 años y ella ya se acercaba a los 60. Le pregunté algo que me inquietaba: "Doctora, ¿cómo uno se prepara para la jubilación?" Su respuesta fue tan simple como profunda: hay que prepararse en tres áreas clave, me dijo. La primera es la financiera. Hay que empezar a ahorrar por lo menos 15 años antes de retirarse. No podemos depender solo de la pensión, porque con el paso del tiempo, los cuidados médicos aumentan y los gastos inesperados pueden descapitalizarnos. La segunda área es la espiritual. La vejez, me explicó, nos vuelve más conscientes de nuestra fragilidad y es entonces cuando fortalecer nuestra fe, nuestras creencias, se vuelve fundamental. Y la tercera, tal vez la más importante, es tener un propósito. Ese concepto de propósito se quedó conmigo. Comprendí que ir a trabajar después de los 65 puede ser aceptable por uno o dos años más, pero ¿10 o 15 años? Eso ya parece insostenible. No podemos permitir que el trabajo sea lo único que defina nuestras vidas. He conocido a personas de casi 80 años que aún siguen trabajando, pero eso no puede ser la norma. Aquí es donde entra la importancia de reinventarse. Pero ¿cómo? ¿En qué momento debemos empezar a prepararnos para esa nueva etapa? La vida pasa rápido. Entre el trabajo, la familia y las responsabilidades, a veces perdemos de vista lo que realmente importa: prepararnos para la vejez. El mensaje que quiero dejarte hoy es este: si tienes 50 años, es hora de analizar dónde estás parado. ¿Cómo te estás preparando para esos tres grandes pilares? ¿Estás listo financieramente? ¿Te estás fortaleciendo espiritualmente? ¿Tienes un propósito que te motive más allá del trabajo? Es hora de aprender a hacer las maletas, no solo para un viaje, sino para el siguiente capítulo de nuestras vidas.

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